lunes, 30 de agosto de 2010

LA OFENSA de Ricardo Menéndez Salmón

1º Edicion, 4ª impresión 2007
Editorial Seix Barral
142 pag.

Esta novela de Ricardo Menéndez Salmón se publico en 2007

Si el cuerpo es la frontera entre nosotros y el mundo, ¿cómo puede el cuerpo defendernos del horror? ¿Cuánto dolor puede soportar un hombre? ¿Puede el amor salvar a quien carece de esperanza? Éstas son algunas de las cuestiones implícitas en La ofensa, la historia de Kurt Crüwell, un joven sastre alemán a quien el estallido de la Segunda Guerra Mundial empujará a vivir una experiencia tan radical como insólita. Metáfora de un siglo trágico, la existencia de Kurt se transformará en un vertiginoso viaje a las raíces del Mal, identificado en esta intensa novela con la cosmovisión del nazismo, pero también en un conmovedor ejemplo de la capacidad del amor para expiar el dolor del mundo y en una originalísima reflexión a propósito de la grandeza y miseria del cuerpo humano. Ricardo Menéndez Salmón consolida una trayectoria de enorme reconocimiento por parte de la crítica más exigente y asienta La ofensa sobre un lenguaje preciso —depurado o barroco, pero siempre sugestivo— y sobre una voluntad de estilo que confluyen hacia un final inesperado capaz de mostrar los límites entre ficción y realidad, sueño y conciencia, literatura y vida.

Ésta novela, considerada por El Periódico de Cataluña, por el diario El Mundo y por la revista Qué Leer uno de los 10 mejores libros de 2007, recibió el Premio Qwerty de Barcelona Televisión a la revelación del año y el Premio Librería Sintagma a la mejor novela de 2007, además de ser considerada por la revista Quimera como la mejor obra de narrativa publicada en 2007 y ser finalista del Premio Salambó y del Nacional de la Crítica.

LEIDO por.... Andrés:

Una gran novela que se lee de una sentada.

Al principio de manera lenta, relajada, “el tiempo transcurría muy despacio,como melaza derramándose de una tina”, recorremos la vida de Kurt después de que “un suceso no por esperado menos traumático vino a cambiar sus plácidos sueños”. Todo fluye según lo esperado para nosotros, no para Kurt, que no tiene nuestra perspectiva histórica, hasta que un cruel suceso obliga a su cuerpo a decir “«Basta, no quiero ir más allá, esto es demasiado para mi»” y le cambia definitivamente y a nosotros nos descoloca.

Tras su educación sentimental, que serena su vida y a nosotros nos permite tomar resuello para el final, otro suceso, igualmente cruel vuelve a forzar su vida.

  Entramos así en la última parte de la novela, verdaderamente magnífica, precipitándonos, casi sin respirar, en un final sorprendente.

Terminé la lectura aturdido, como pocas veces me ha sucedido.

Al día siguiente volví a leerla.

¿Se puede tratar de una forma más escueta y terrible el impacto del holocausto judio?  
De haber sabido que aquella era la última vez que vería con vida a la mecanógrafa, quizá Kurt se hubiera girado a mirarla en el umbral.  
Porque a Rachel Pinkus, el monstruo verraco de la Historia estaba a punto de devorarla. Era judía.

Resaltar un error teórico en el tratamiento de los condicionamientos, ya que confunde el condicionamiento clásico, Pavlov, con el operante, recompensado:  
Kurt había respondido como el perro de Pavlov ante el sonido de la campana. Sólo que, ¿cuál era en este caso la recompensa?

Así mismo, encuentro un poco inconsistentes algunas aspectos del protagonista: ¿puede querer? ¿puede oler el aroma de la vainilla y del tabaco? (por no detallar más y perjudicar a los que tengan la fortuna de devorar esta novela, después de leer este comentario). ¿Pero alguien lee lo que escribo? ¿Hay alguien al otro lado?.

Y por último, ¿que significa la herida en el costado derecho, “parecida a un rasguño de bala, de la que manaba sangre”?, que aparece dos veces y no tiene ningún otro papel.

Mi cachico: Por un momento, al verla encerrada en aquella crisálida de diosa, Kurt olvidó dónde estaba, lo que había visto en el pasillo hacía apenas un par de minutos e incluso las banderas inflamadas de esvásticas que cubrían el techo de la habitación de lado a lado como un inmenso sudario rojinegro, con las cruces gamadas flotando por encima de las cabezas igual que un bastión inexpugnable o una metáfora insolente o el celaje de una tormenta de invierno.

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