viernes, 5 de octubre de 2012

EPISODIOS NACIONALES, Serie primera: 10. La batalla de los Arapiles, de Benito Pérez Galdós

Edición: Libro electrónico
Páginas:280

Esta novela, la décima y última de la primera serie de los Episodios Nacionales,  la publicó Benito Pérez Galdós en 1875.

Durante el verano de 1812 se prepara una gran ofensiva contra los franceses, pues un poderoso ejército formado por ingleses, españoles y portugueses al mando del duque de Wellington, que acaba de tomar Ciudad Rodrigo, avanza imparable hacia Madrid. Ambos ejércitos maniobran cautelosamente cerca de Salamanca, porque los generales saben que este enfrentamiento decidirá el curso de la guerra.

La batalla de los Arapiles enmarca también las últimas aventuras de Gabriel en la búsqueda de su querida Inés. Después de las intrigas, los viajes y las batallas, llega la conclusión. Los jóvenes enamorados han vivido muchos peligros y peripecias durante la contienda, pero la victoria contra los franceses se acerca y también se cumplirá por fin su reencuentro.

Comienza así:


Las siguientes cartas, supliendo ventajosamente mi narración, me permitirán descansar un poco.

Madrid, 14 de marzo.
Querido Gabriel: Si no has sido más afortunado que yo, lucidos estamos.

LEIDO por.... Andrés:

Con este libro nos despedimos de Gabriel, un héroe un poco tierno, que se salva siempre por los pelos, debiendo mucho a la casualidad creada por el autor, lejos de los heroes de las novelas de hoy día, donde su astucia, capacidad de lucha, o incluso su ferocidad o violencia le sirve para salvar todos los obstáculos que se le presentan.

 

Nos volvemos a encontrar con un iluminado Juan de Dios (que bien elegido el apellido), el malvado Santorcaz y algunos personajes más, donde destaca como personaje histórico el Duque de Wellington y entre los de ficción la también inglesa Athenais Fly, a ratos señorita Mariposa... señora Pajarita... señora Mosquita... para alcanzar un final propio de un folletín decimonónico.

Arthur Wellesley I Duque de Wellington pintado por el artista Sir Thomas Lawrence
 
Galdós nos confirma que la realidad supera a la ficción: “las cosas extrañas y dramáticas suelen verse antes en la vida real que en los libros, llenos de ficciones convencionales y que se reproducen unas a otras ” y nos alegra con sus notas de humor:
  • pareciome ver en él un cuerpo que melancólicamente buscaba su perdida sepultura sin poder encontrarla.
  • Vuestro corazón, que tan bien sabe sentir en algunos momentos, no os sirve para nada y lo entregáis a las costureras para que hagan de él un cojincillo en que clavar sus alfileres.

 Sobre la batalla de los Arapiles, aquí hay mucha información

Algunas palabras o expresiones que me han gustado, han sido:
trepando por aquella escalera de carne francesa

Palabras recuperadas
tiquis miquis


Mi cachico:

En aquella confusión de gritos, de brazos alzados, de semblantes infernales, de ojos desfigurados por la pasión, vi un águila dorada puesta en la punta de un palo, donde se enrollaba inmundo trapo, una arpillera sin color, cual si con ella se hubieran fregado todos los platos de la mesa de todos los reyes europeos. Devoré con los ojos aquel harapo, que en una de las oscilaciones de la turba fue desplegado por el viento y mostró una N que había sido de oro y se dibujaba sobre tres fajas cuyo matiz era un pastel de tierra, de sangre, de lodo y de polvo. Todo el ejército de Bonaparte se había limpiado el sudor de mil combates con aquel pañuelo agujereado que ya no tenía forma ni color.

Yo vi aquel glorioso signo de guerra a una distancia como de cinco varas. Yo no sé lo que pasó: yo no sé si la bandera vino hasta mí, o si yo corrí hacia la bandera. Si creyese en milagros, creería que mi brazo derecho se alargó cinco varas, porque sin saber cómo, yo agarré el palo de la bandera, y lo así tan fuertemente, que mi mano se pegó a él y lo sacudió y quiso arrancarlo de donde estaba. Tales momentos no caben dentro de la apreciación de los sentidos. Yo me vi rodeado de gente; caían, rodaban, unos muriendo, otros defendiéndose. Hice esfuerzos para arrancar el asta, y una voz gritó en francés:

-Tómala.

En el mismo segundo una pistola se disparó sobre mí. Una bayoneta penetró en mi carne; no supe por dónde, pero sí que penetró. Ante mí había una figura lívida, un rostro cubierto de sangre, unos ojos que despedían fuego, unas garras que hacían presa en el asta de la bandera y una boca contraída que parecía iba a comerse águila, trapo y asta, y a comerme también a mí. Decir cuánto odié a aquel monstruo, me es imposible; nos miramos un rato y luego forcejeamos. Él cayó de rodillas; una de sus piernas, no era pierna, sino un pedazo de carne. Pugné por arrancar de sus manos la insignia. Alguien vino en auxilio mío, y alguien le ayudó a él. Me hirieron de nuevo, me encendí en ira más salvaje aún, y estreché a la bestia apretándola contra el suelo con mis rodillas. Con ambas manos agarraba ambas cosas, el palo de la bandera y la espada. Pero esto no podía durar así, y mi mano derecha se quedó sólo con la espada. Creí perder la bandera; pero el acero empujado por mí se hundía más cada vez en una blandura inexplicable, y un hilo de sangre vino derecho a mi rostro como una aguja. La bandera quedó en mi poder; pero de aquel cuerpo que se revolvía bajo el mío surgieron al modo de antenas, garras, o no sé qué tentáculo rabioso y pegajoso, y una boca se precipitó sobre mí clavando sus agudos dientes en mi brazo con tanta fuerza, que lancé un grito de dolor

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