miércoles, 24 de octubre de 2012

EPISODIOS NACIONALES, Serie segunda: 3. La segunda casaca, de Benito Pérez Galdós


Edición: Libro electrónico
Páginas: 150

Esta novela, la tercera de la Segunda Serie de los Episodios Nacionales: El reinado de Fernando VII,  la publicó Benito Pérez Galdós en 1875


LA SEGUNDA CASACA continúa las memorias del inefable Pipaón que articulan el episodio anterior, trazando con idéntico humor la trayectoria que llevó a tantos del más rabioso absolutismo a la militancia liberal y que desembocó en el éxito del levantamiento de Riego. Junto con los personajes de Salvador Monsalud, Genara y Carlos Navarro, se retoma a su vez la peripecia novelesca que dio comienzo en «El equipaje del rey José», primer episodio de esta Segunda serie.


Comienza así:

¡Qué infames eran los liberales de mi tiempo! En vez de conformarse a vivir pacífica y dulcemente gobernados por el paternal absolutismo que habíamos establecido, no cesaban en sus maquinaciones y viles proyectos, para derrocar las sabias leyes con que diariamente se atendía al sosiego del Reino y a hundir a todos los hombres eminentes que describí en la primera parte de mis Memorias.

LEIDO por.... Andrés:

Continuan las memorias de Pipaón, dando entrada a las revueltas liberales. Reaparacen Monsalud, Navarro y Jenara.

Como ya comentamos, Galdós cambia en esta segunda serie de un solo protagonista, que en primera persona nos relata la historia, a varios protagonistas. Alterna el relato en primera persona con el narrador omnisciente, pero sin cambiarlo dentro de cada volumen. Sin embargo en este libro, que continúa las memorias de Pipaón, al final se ve obligado a cambiar de narrador, para poder completar la historia de manera adecuada.

Como ya nos tiene acostumbrados Galdós, asistimos al correr de la historia de España, ensamblada de manera magistral al devenir de los protagonistas de la ficción. Desde las revueltas liberales al «Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional».
 
El teniente coronel Rafael de Riego

Algunas palabras o expresiones que me han gustado, han sido:
perillán
como un recluta al cual de golpe y porrazo se le pusiera en la mano el bastón de general
están que se les puede ahorcar con un cabello.


Mi cachico:

Yo fui de los más veloces en invadir las Casas Consistoriales, en ocupar las oficinas, en apoderarme de una resma de papel de oficio, en expedir órdenes menudas a los subalternos. Así es que cuando Miraflores llegó, ya estaba yo allí dictando leyes, como un déspota, expidiendo órdenes y preparándolo todo para el gran acto que se iba a realizar.

De buena gana me hubiera nombrado alcalde a mí mismo; pero yo no era del 14. Con aquella presteza febril y verdaderamente maravillosa que yo tenía para las improvisaciones oficinescas, me impuse desde el primer momento, y a los diez minutos de intrusión, ya no podía hacerse nada sin mí. Yo solo sabía dónde estaban los pliegos, yo solo sabía en qué términos debían hacerse los oficios, cómo se había de ordenar lo que entonces se llamaba la Tabla del Excelentísimo Ayuntamiento.

También salí al balcón con otros, teniendo la suerte de enjaretar unos parrafillos tan bien dichos, tan conmovedores y del caso, que me aplaudieron frenéticamente. Yo fui quien inauguró los abrazos que tanto entusiasmaron a la generosa muchedumbre. Sin más ni más abracé al que tenía a mi lado, un liberalote furioso de toda su vida; este abrazó al vecino, y entre lágrimas y patrióticos pucheros nos abrazamos todos repetidas veces. Yo gritaba: «¡Se acabaron las discordias, se acabaron los odios! ¡Ya no hay más que españoles leales y amantes de la Constitución! Todos son hermanos. ¡Viva España, que es la Nación más sabia y más gloriosa del mundo! ¡Viva la Constitución! ¡Viva el Rey!».

¿Quién puede olvidar aquellos sublimes instantes? ¡Inefable día!

El marqués de Miraflores iba pronunciando los nombres de los individuos del Ayuntamiento. El pueblo aplaudía o denegaba, gritando: bien, bien, o ése no, ése no que es servil. Concluido esto, dirigiose a Palacio el Ayuntamiento recién establecido, para recibir el juramento de Su Majestad, y por el tránsito todo fue bullicio, loca alegría, vivas roncos, embriaguez indescriptible. Poco después, Madrid entero sabía que Fernando VII había jurado la Constitución

No hay comentarios:

Publicar un comentario