viernes, 16 de noviembre de 2012

EPISODIOS NACIONALES, Serie segunda: 6. Los cien mil hijos de san Luis, de Benito Pérez Galdós

Edición: Libro electrónico
Páginas: 199

Esta novela, la cuarta de la Segunda Serie de los Episodios Nacionales: El reinado de Fernando VII,  la publicó Benito Pérez Galdós en 1876.Esta novela, la sexta de la Segunda Serie de los Episodios Nacionales: El reinado de Fernando VII,  la publicó Benito Pérez Galdós en 1877.

El gran friso narrativo de los Episodios Nacionales sirvió de vehículo a Benito Pérez Galdós (1843-1920) para recrear en él, novelescamente engarzada, la totalidad de la compleja vida de los españoles ­guerras, política, vida cotidiana, reacciones populares­ a lo largo del agitado siglo xix.

LOS CIEN MIL HIJOS DE SAN LUIS es la expresión irónica y popular con que fue designado el ejército francés que, a las órdenes del duque de Angulema, invadió España en 1823 para imponer nuevamente, tras el llamado «trienio constitucional», el régimen absolutista. Engarzado con la peripecia novelesca, presenciamos el inexorable avance de esta fuerza que acabó con la Constitución gaditana de 1812 en el mismo lugar donde ésta vio la luz.

Comienza así:

“En Bayona, donde busqué refugio tranquilo al separarme de mi esposo, conocí al general Eguía. Iba a visitarme con frecuencia, y como era tan indiscreto y vanidoso, me revelaba sus planes de conspiración, regocijándose en mi sorpresa y riendo conmigo del gran chubasco que amenazaba a los franc-masones.”

LEIDO por.... Andrés:

Alterna Galdós la narración en primera persona, un supuesto manuscrito de Jenara, convertida en una mujer de armas tomar, con un relato fruto de las ”laboriosas indagaciones para allegar lo que falta” por parte de un narrador omnisciente, y así continúa con las aventuras de Salvador Monsalud, gafe convencido, “lo bueno existe mientras yo lo deseo. Pero lo toco, y adiós”, vistas la mayor parte del tiempo, como queda dicho, desde el punto de vista de Jenara, que lo persigue para reconquistarlo, dispuesta a hacer todo tipo de diabluras para conseguirlo, incluso una “carta homicida”, pero que todo se le vuelve en contra.

 
 Intervención francesa en España en 1823, de Hippolyte Lecomte (1781-1857)

Maduran los personajes y con ellos la trama, que nos muestra a Salvador Monsalud  recorriendo España y a Jenara detrás. Vimos a la Constitución nacer en Cádiz de la mano de Gabriel Araceli y ahora la vemos morir de la mano de Jenara, para deleite de los lectores.

"Cuando salí al patio y en el momento de pasar bajo el cocodrilo que simboliza la prudencia,
la alta campana de la Giralda dio las cuatro"

Seguimos con su intemporal visión de la política:
El orador hablaba de la patria, del inminente peligro de la patria, y de la salvación de la patria y de la gloria de la patria. Es el gran tema de todos los oradores, incluso los buenos. No he conocido a ningún político que no estropeara la palabra patriotismo hasta dejarla inservible

 Espoz y Mina

Algunas palabras o expresiones que me han gustado, han sido:
"las lindas andaluzas que alegrarían un cementerio, cuanto más un patio de Sevilla"
"
salía gozoso a saludarme el descendiente de cien Reyes, pegado a su regia nariz" (homenaje a Becquer)
"estar en salvo" (estar a salvo)

El viejocalabaza 18 probándose las botas de Napoleón
preparándose para la campaña de España

Palabras recuperadas:
búcaros
verdulera

Mi cachico:


Desde muy temprano me levanté, pues poco dormí aquella noche. Las noches de Sevilla no parece que son, como las de otras partes, para dormir. Son para soñar en vela… Le aguardaba con tanta impaciencia, que a cada instante salía al balcón, esperando verle entre la multitud que pasaba por la calle de Génova. De repente me anunciaron una visita. Creí verle entrar; salí corriendo; pero mi corazón dio un vuelco quedándose frío y quieto, cual si hubiera tropezado en una pared. Tenía delante al príncipe de Anglona, un señor muy bueno, un caballero muy simpático, muy atento, pero cuya presencia me contrariaba extraordinariamente en aquel instante.
Venía para llevarme al Alcázar.
—Su Majestad —me dijo—, recibe ahora muy temprano. Anoche le manifesté que estaba usted aquí y me rogó que la llevase a su presencia hoy mismo.
Yo quise hacer objeciones, pretextando la inusitada hora, pues no habían dado las once; pero nada me valió. Érame imposible resistir a aquella majadería insoportable que revestía las formas de la más delicada atención. Tampoco podía defenderme con dolor de cabeza, vapores u otros recursos que tenemos para tales trances. Humillé la frente como víctima expiatoria de las conveniencias sociales, y después de arreglarme me dispuse a aceptar un puesto en la carroza del Príncipe, no sin dejar antes a mi criada instrucciones muy prolijas para que detuviera hasta mi vuelta al que forzosamente había de venir. Partí resuelta a hacer a Su Majestad visita de médico. En aquella ocasión deploré por primera vez que existieran Reyes en el mundo.
Poca es la distancia que hay de la calle de Génova al Alcázar. Antes de las doce estaba yo en la Cámara de Su Majestad y salía gozoso a saludarme el descendiente de cien Reyes, pegado a su regia nariz.

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