sábado, 19 de enero de 2013

EPISODIOS NACIONALES, Serie tercera: 6. La estafeta romántica, de Benito Pérez Galdós

Edición: Libro electrónico
Páginas: 227

El gran friso narrativo de los Episodios Nacionales sirvió de vehículo a
Benito Pérez Galdós (1843-1920) para recrear en él, novelescamente engarzada, la totalidad de la compleja vida de los españoles –guerras, política, vida cotidiana, reacciones populares– a lo largo del agitado siglo XIX.

Escrita de forma epistolar, LA ESTAFETA ROMÁNTICA es un prodigioso retrato de la incidencia de la sensibilidad romántica en España. Galdós no se centra sólo en los ámbitos de las artes y de la literatura, muchos de cuyos representantes aparecen en sus páginas, sino también y sobre todo en aquello que siempre supo tratar magistralmente: la vida cotidiana –en sus cafés, en sus teatros, en sus calles– y el espíritu, las actitudes y decisiones de sus anónimos protagonistas.

Esta novela, la sexta de la Tercera Serie de los 
Episodios Nacionales: Cristinos y carlistas,  la publicó  Benito Pérez Galdós en 1899.
 

Comienza así:
De Doña María Tirgo a Doña Juana Teresa

En La Guardia, a 20 de febrero de 1837.

Amiga y señora: Por la tuya del 7, que me trajo el seminarista de Tarazona, he comprendido que la mía del día de la Candelaria no llegó a tus manos, o que anda por esos caminos atontada y perezosa; que esto suele acontecer a todo papel que al correo se fía, a quien ahora damos un nombre que le cae muy bien: la mala. Repito en esta, asegurada por la mano de unos ribereños que llevan trigo, lo que te dije en la que se atascó en esos baches, y le añado novedades que han de causarte admiración, como a mí, sin que aún podamos afirmar si serán adversas o favorables a nuestro asunto.

LEIDO por.... Andrés:

Escrita toda ella en modo epistolar, además de relatarnos los acontecimientos sucedidos en ese periodo de tiempo, nos traslada al movimiento romántico, que debió trastocar todo el mundo literario y la vida de los ciudadanos de entonces. Toda la novela destila ese ambiente romántico, que ya empezó con la serie,excediéndose en este viaje, para mi gusto, en el aspecto religioso de los personajes, que si eran así entonces, debían de resultar insufribles.

En este ambiente romántico, fundamentalmente literario, nos encontramos con multitud de escritores que recorren sus páginas, como Larra, asistiendo a su funeral, José Zorrilla, “
un chico que se trae un universo de poesía en la cabeza”, Mesonero Romanos, Hartzenbusch, Donoso Cortés, etc.  Otros muchos desconocidos que “se pasan la vida limpiando con los codos las mesas del Parnasillo, y ensuciando con sus lenguas las reputaciones... clásicas” y Miguel de los Santos Álvarez, escritor real pero que parece por un personaje de ficción, y del que
Galdós nos trascribe, mediante un juego de personajes, los siguientes simpáticos versos:
    Miserable mortal, no te me ufanes        
    Creyéndote animal excepcional,        
    Que el mismo tiempo malgastó en ti Dios        
    Que en hacer un ratón, o a lo más, dos.   
“El que se ha suicidado en Madrid es Larra, un escritor satírico de tanto talento como mala intención,
según dicen, que yo no lo he leído ni pienso leerlo
Y leyendo las preferencias de Fernando Calpena, el protagonista, nos damos cuenta de la relatividad del momento histórico: “mándame también el tomo de poesías de Víctor Hugo, Hojas de otoño. Este poeta me enloquece. De Walter Scott quiero la Fiancée de Lamermoor, que conozco y quiero leer de nuevo, y la Hermosa de Perth, que no conozco. Me siento ávido de poesía y literatura; mas no me mandes nada clásico, que me apesta.
Vuelve a fustigar a D. Carlos: “Con tal hombre en su mano, otro Rey habría intentado un golpe decisivo; pero aquel buen señor es incapaz de golpe alguno, como no sean los golpes de pecho. Ni sabe lo que posee, ni distingue los hombres extraordinarios por su mérito efectivo de los que lo parecen por su destreza en la lisonja. Les mide por la adhesión idolátrica que le manifiestan; ha venido haciendo el ídolo de pueblo en pueblo, fiado en que Madrid le tendría dispuesto el altarito”, “El sino de D. Carlos María Isidro era no hacer nada a tiempo, y ver silencioso y lelo el paso de las ocasiones” y “El pobre D. Carlos es víctima de su ineptitud
La España de entonces, no tan distante de la actual:un papel semejante al de los diputados que no dicen más que sí y no, según las órdenes del Gobierno
Tantas frases sonoras y campanudas se me ocurren para maldecir esta endiablada máquina de las sublevaciones militares, que prefiero no transcribir ninguna, seguro de que otras voces y plumas lo expresarán más campanuda y gravemente que yo en el curso infinito de nuestras políticas trapisondas. Es un hecho, es un vicio de la sangre, del cual participamos todos, y con él hemos de vivir hasta que Dios quiera curarnos
Además de sus descripciones tan precisas y serias, ya alabadas en otras entradas, es capaz de regalarnos algunas además jocosas: “Es de esos que llevan dentro del cerebro una barajita de ideas, adquiridas y coleccionadas en el trato de los hombres más vulgares, porque de los eminentes, haya miedo que se le  pegue nada”.

Vaya, parecía que nuestra manía de hacer las estaciones antes de irnos de una visita era cosa de estos días, surgida al tener que esperar el ascensor, pero resulta que no: “
Soy como esos visitantes fastidiosos, que después de despedirse vuelven a pegar la hebra, repitiendo lo que ya dijeron; y en pie, y en la puerta ya, todavía vuelven sobre lo mismo

Algunas palabras o expresiones que me han gustado, han sido:

Tiene algo de Fauno o de Silvano, por la ligereza con que corre
prólogo con morrión.
daba todos sus golpes  en la herradura y ninguno en el clavo

Palabras recuperadas o más bien anticipada:
murria

Palabras o expresiones que me han sorprendido:
estar a que quieres boca
No vale huir del bulto

Mi cachico:

La tristeza se me va aposentando en el alma, no como huésped, sino como propietario que se decide a ocupar por siempre su domicilio heredado: no podré arrojarla nunca; la siento que se acomoda y agasaja, que enciende el hogar, que coloca sus muebles, que imprime aquí y allá su huella, y va calentando este y el otro rincón. ¿Pero qué me importa no ser nadie, si soy todo para una sola persona, y esa persona es todo para mí? Te aseguro que si no existiera mi madre y la cadena que a ella me une, para mí no habría un bien como la muerte. Me halaga la idea de no sentir nada; de sentir, si acaso, la vaga impresión de la quietud, de la carencia de todo estímulo. Es dulce notar vacíos de interés los dramas y dormidas en nuestro regazo las pasiones. Ayer fui con el párroco a visitar el cementerio: no puedes figurarte la envidia que me daba de los que duermen bajo aquellas lápidas, protegidos por una cruz. Los hay sin lápida; los hay anónimos, de olvidada filiación; los hay sin cruces ni signo alguno. Toda la noche he visto en mi mente las cruces solitarias, algunas no muy derechas, y me ha sido grato pensar en la placidez de los que duermen en la tierra, soñando quizás que han desaparecido del mundo el mal y la ridiculez.

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