lunes, 21 de enero de 2013

EPISODIOS NACIONALES, Serie tercera: 7. Vergara, de Benito Pérez Galdós

Edición: Libro electrónico
Páginas: 250

El gran friso narrativo de los Episodios Nacionales sirvió de vehículo a
Benito Pérez Galdós (1843-1920) para recrear en él, novelescamente engarzada, la totalidad de la compleja vida de los españoles –guerras, política, vida cotidiana, reacciones populares– a lo largo del agitado siglo XIX.

VERGARA fue la villa guipuzcoana que vio unido para siempre su nombre al convenio entre los generales Espartero y Maroto que puso fin en 1839 a los seis sangrientos años largos durante los que transcurrió la Primera Guerra Carlista. Las pintorescas intrigas históricas que precedieron a este acontecimiento se entreveran con las novelescas que siguen protagonizando Fernando Calpena, Beltrán de Urdaneta, Aura, Zoilo y demás personajes de esta Tercera serie.

Esta novela, la sexta de la Tercera Serie de los
Episodios Nacionales: Cristinos y carlistas,  la publicó Benito Pérez Galdós en 1900
 

Comienza así:

De D. Pedro Hillo a los Sres. de Maltrana
 
Miranda de Ebro, Octubre de 1837.
Señora y señor de todo mi respeto: Con felicidad, más no sin estorbos, por causa del sinnúmero de tropas que nos han acompañado en todo el camino, marchando en la propia dirección, llegamos a esta noble villa realenga ayer por la mañana. Soldados a pie y a caballo descendían por las cañadas, o aparecían por atajos y vericuetos, y engrosando la multitud guerrera en el llano por donde el Ebro corre, nos vimos al fin envueltos en el torbellino de un grande ejército, o al menos a mí me lo parecía, pues nunca vi tanta tropa reunida. Generales y convoyes pasaban sin cesar a nuestro lado tomándonos la delantera, y ya próximos a Miranda vimos al propio caudillo, Conde de Luchana, seguido de brillante escolta, y a otros afamados jefes y oficiales, que al punto  conocieron a Fernando y le saludaron gozosos.

LEIDO por.... Andrés:
 
Empieza la novela con el estilo epistolar con que acabo la anterior, pero, “agotada la preciosa colección de cartas que un Hado feliz puso en manos del narrador de estas historias”, vuelve al estilo directo con un narrador omnisciente que sigue las tribulaciones de nuestro protagonista Fernando Calpena.
Diego de León 
"Era un hombre febril, hercúleo, que empezaba en un inmenso corazón y acababa en una lanza"

Se  nos vuelven a mostrar las ideas del narrador (¿autor?) contra la guerra: “Hay que matar con reglas, ya que el matar dicen que es necesario. ¡Maldita guerra, escuela de pecados, salvoconducto de los impíos, precipicio a que ruedan las almas, simulacro del infierno!

Leyendo la novela una se da cuenta de como han cambiado los tiempos, “curarle sus leves heridas con salmuera y vinagre”, para alguna cosa y no para otras: “deseo un buen juez, rara avis”, “Ellos están presos porque no tienen quien les ampare
General Rafael Maroto (Lorca, 1783 – Valparaíso, 1853) 
"hombre tan inseguro y tornadizo"
Siempre es un gustazo traer aquí alguna de las descripciones de Galdós:
  • Añado que es agradable, de rostro moreno, con vivísimos ojos de ratón, sonrisa de pícaro redomado, mediano de cuerpo, de palabra fácil y graciosa”,
  • ¡Bonita Historia de España están escribiendo unos y otros, mi querido Fernando!”,
  • Era Santiago Ibero un mozo gallardísimo, franco, con toda el alma en los ojos y el corazón en los labios, cetrino, de mirada ardiente.
  • "Toda la noche estuvo viendo ante sí, en la obscuridad, los ojos de Espartero, negros, penetrantes, ojos de trastienda y picardía, y su rostro atezado, duro, que parecía de talla, labradito y con buches, el bigote triangular sobre el fino labio, la  mosca, las patillas, demasiado ornamento de pelos cortos para una sola cara."
Abrazo de Vergara, 29 de agosto de 1839
"Abrazaos, hijos míos, como yo abrazo al General de los que fueron contrarios nuestros"
Seguimos aprendiendo historia disfrutando de estos episodios para no olvidar.
Fusilamientos de Estella
Algunas palabras o expresiones que me han gustado, han sido:
acto fúnebre de castigar a los que por matar sin reglas deshonraron su oficio de matar
pierna izquierda, que era de acebuche

Palabras recuperadas o, más bien, anticipadas:
hogaño
basca
tente-en-pie
tiempos de Maricastaña
miel sobre hojuelas
salido de madre
cuatro gatos

Palabras o expresiones que me han sorprendido:

calabocero


Mi cachico:

Por fin, viendo el buen señor que no producía el efecto que se proponía, y conociendo que ni su acento ni su ademán respondían a la majestad que intentaba poner en ellos, se comió la mejor parte del preparado sermón, y fue derecho en busca del efecto final. «Hijos míos -exclamó ahuecando la voz todo lo que pudo-, ¿me reconocéis por vuestro Rey?». La contestación fue un «¡Sí, sí... viva el Rey!» que corrió, extinguiéndose en las filas lejanas. «¿Y estáis dispuestos -añadió-, a seguirme a todas partes, a derramar vuestra sangre en defensa de mi Causa y de la Religión?».
Silencio en las filas. No se oyó ni un murmullo ni un aliento. El General Eguía, alzándose sobre los estribos, y poniéndose rojo del esfuerzo con que gritaba, dio varios vivas que fueron contestados fríamente. De las segundas filas vino primero un rumor tímido, después exclamaciones más claras, por fin estas voces: «¡Viva la paz, viva nuestro General, viva Maroto!».
-¡Voluntarios! -gritó entonces D. Carlos, y en ocasión tan crítica la dignidad brilló en su rostro... Al fin descendía de cien Reyes-. Voluntarios, donde está vuestro Rey no hay General alguno... Os repito: ¿queréis seguirme?».
Silencio sepulcral. El Brigadier Iturbe, jefe de los guipuzcoanos, acudió a remediar con un pérfido expediente la desairada, angustiosa   -315-   situación del Monarca. «Señor -le dijo-, es que no entienden el castellano». Y D. Carlos, tragando saliva, le ordenó que hiciera la pregunta en vascuence. Pero Iturbe, que era de los más comprometidos en la política marotista, formuló la pregunta con una alteración grave: ¿Paquia naidezute, mutillac? (¿Queréis la paz, muchachos?) Y con gran estruendo respondió toda la tropa: ¡Bai jauna! (Sí, señor.)
Debió D. Carlos sacar su espada y atravesar con ella al brigadier guipuzcoano, castigando en el acto la grosera, irreverente burla. Volvió la cara lívida, y vio tras sí a Maroto, que de su mortal zozobra se recobraba viendo convertido en sainete el acto iniciado con trágica grandeza. D. Carlos, incapaz de arranque varonil, tuvo dignidad. Dijo a los de su escolta: «estamos vendidos»; y sin más discursos, ni pronunciar ligera recriminación, volvió grupas y picó espuelas, saliendo al galope por el camino de Villafranca, con la reata de Príncipes y Generales y la menguada escolta. Corrieron, corrieron sin respiro, temerosos de que los sicarios de Maroto fueran en su seguimiento.

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