martes, 29 de enero de 2013

EPISODIOS NACIONALES, Serie tercera: 9. Los ayacuchos, de Benito Pérez Galdós

Edición: Libro electrónico
Páginas: 245

El gran friso narrativo de los Episodios Nacionales sirvió de vehículo a
Benito Pérez Galdós (1843-1920) para recrear en él, novelescamente engarzada, la totalidad de la compleja vida de los españoles –guerras, política, vida cotidiana, reacciones populares– a lo largo del agitado siglo XIX.

LOS AYACUCHOS hace referencia al apelativo que dieron los españoles a Espartero y sus partidarios durante su Regencia. Inserto en la peripecia literaria de la Tercera serie, el presente episodio narra los últimos días de la misma y sus principales sucesos: las conspiraciones de los moderados –como el espectacular y romántico asalto a Palacio y el intento de rapto de la Reina niña– y el levantamiento de la ciudad de Barcelona y su inmediata represión.

Esta novela, la novena de la Tercera Serie de los
Episodios Nacionales: Cristinos y carlistas,  la publicó Benito Pérez Galdós en 1900
 

Comienza así:

“In diebus illis (Octubre de 1841) había en Madrid dos niñas muy monas, tiernas, vivarachas, amables y amadas, huérfanas de padre, de madre poco menos, porque ésta andaba como proscripta en tierras de extranjis, con marido nuevo y nueva prole, y aunque se desvivía por volver, empleando en ello las sutilezas de su despejado entendimiento, no acertaba con las llaves de la puerta de España. Vivía la parejita graciosa en una casa tan grande, que era como un mediano pueblo: no se podía ir de un extremo a otro de ella sin cansarse; y dar la vuelta grande, recorriendo salas por los cuatro costados del edificio, era una viajata en toda regia. Subiendo de los profundos sótanos a los altos desvanes, se podían admirar regiones y costumbres diferentes en capas sobrepuestas, distintos estados de sociedad que encajaban unos sobre otros como las bandejas de un baúl mundo. En la bandeja central, prisioneras en estuches, vivían las dos perlas, apenas visibles en la inmensidad de su albergue.”




Tras unos capítulos, vuelve Galdós al género epistolar hasta que nos dice: “Agotado, con la carta que antecede, el precioso archivo epistolar que a la narración con indudable ventaja sustituía, continúa el relato de los hechos, los cuales rigurosamente se ajustarán a los informes que de palabra y en notas ha transmitido el propio D. Fernando a sus amigos, admiradores y paniaguados.“, retornando entonces al relato de su narrador, socarrón y entretenido.

Isabel II niña
Isabel II niña
Diego de León ataca el Palacio Real, 1841
Inicia la novela con la descripción de la vida de la princesa Isabel y de su hermana, cuando sucede el asalto a Palacio de, entre otros, el General Diego de León, suceso coetáneo de  lo acontecido en la novela anterior, y acaba con otro, más tremendo, como fue la revuelta de Barcelona y su bombardeo. En medio, asistimos a los esfuerzos de Fernando Calpena para completar el séptimo trabajo de Hércules, encargado por su enamorada Demetria.
Los trabajos de Hércules
Los trabajos de Hércules, relieve de un sarcófago: el León de Nemea, la Hidra de Lerna, el Jabalí de Erimanto, la Cierva de Cerinea, las Aves del Estínfalo, el Cinturón de Hipólita, los Establos de Augías, el Toro de Creta y las Yeguas de Diomedes.
Ya nos dice la reseña traída más arriba el origen del título, cuando, curiosamente,  “ni Espartero estuvo en la batalla de Ayacucho, funesta para nuestra nacionalidad en América, ni los feligreses de su camarilla, a quienes acusamos de infinitos males, pelearon tampoco en aquella célebre acción de guerra”, preludio de su catastrófico final, al que asistiremos, aterrados, en la próxima novela.
Diego de León
«¡Que no os tiemble el pulso!¡Al corazón!».
Fue ajusticiado el 15 de octubre de 1841
El mayor mérito de Galdós, más que el relatarnos la historia de manera amena, rebozada de aventuras de todo tipo, es el saber transmitirnos como era la vida de entonces. Si ambos tienen un gran interés por lo didáctico del aprendizaje, el aspecto segundo, cuando se compara con nuestra vida, dos siglos después, es cuando resulta, desde mi punto de vista, más revelador (¿quizá quise decir desalentador?):
  • Decimos que actualmente la televisión deforma el lenguaje de la gente, pues entonces “en el novísimo lenguaje de la prensa callejera aparecen cada día nuevos términos y frases que al instante entran en el uso común del pueblo y se apegan a todas las bocas”.
  • Nos quejamos de la corrupción actual: “mientras el pueblo paga, los ministros no hacen más que guardar millones.
  • La cuestión catalana, también estaba presente:”Sencillamente que se ha pensado en rebajar los derechos de los tejidos ingleses, con lo cual creen los de aquí que se arruinarán sus industrias. Ni tú entiendes de esto, ni yo te escribo de materias tan fastidiosas. Hablan también de quintas, porque no es del gusto de los catalanes que les sorteen y les hagan soldados como a los hijos de castellanos y aragoneses.
  • Ojalá tengamos al confianza que transmite el relato ”Me tranquiliza, no obstante, la confianza en el pueblo catalán, cuyas virtudes conozco. Es bravísimo si le hostilizan sin razón, fácil a la concordia si se logra herir la cuerda del sentimiento fraternal, que en él existe, aunque está bastante honda. Es apacible en su casa, en el común trato sincero y rudo, buen amigo, mal enemigo, amante si le aman, fiero si le aborrecen…” “A esta gente, que tan claras nociones tiene del deber, y tan bien entiende el honor y el patriotismo en sus más elementales formas, no la temo yo” “Avans mori qu' ésser esclaus d' un castellá que no sab ahont te l' cap
  • Si tantas calamidades, léase Carlos IV, Fernando VII y María Cristina, vinieron sobre esta nación por los pecados de los españoles, ya debemos de estar limpios, porque la expiación ha sido tremenda”, pues parece que no se trata de expiación, pues bien es cierto que ha sido tremenda antes y después de escribir esto Galdós. Y muchos casos más que he señalado en distintas entradas.
Rebelión de Barcelona
Bombardeo de Barcelona 1942
No podía faltar, dentro de este esmero por relatar la vida del pueblo de esa época, el machismo que entonces, y hasta hoy día, que imperaba en la sociedad. Galdós, pone en un personaje la siguiente explicación del bombardeo de Barcelona en 1942: “A media noche termino ésta, mi buen D. Serafín, con la noticia de que ha cesado el fuego. Montjuich, desarrugando el ceño torvo y conteniendo el resoplido ardiente, mira compasivo a su esposa, y una vez aplicados los palos que su decoro de marido exigía, parece que examina y cuenta los cardenales que le ha hecho, y le recomienda que se los cure pronto para que luzca en toda su hermosura. «Ráscate un poco y ponte unas compresas, que eso no es nada —le dice—. De tant que t' estimo t' punyego»”. Ejemplo magnífico de como enreda la historia con el retrato sociológico de la época.

Algunas palabras o expresiones que me han gustado, han sido:
Áteme usted esa mosca
los ojos se me pronuncian
había puesto corbata blanca a los bollos de tahona
no pasar por las mientras
ponerlo en los cuernos de la Luna
 
Palabras recuperadas o, más bien, adelantadas:
empingorotado
marisabidillas
gachó
parné
zipizape
casa de Tócame Roque
cucamonas
¡Maño!


Mi cachico:

Pasado algún tiempo, que las regias señoritas no podían precisar, se personó en Palacio un señor viejo, alto, amarillo, con unas patillucas cortas, el mirar tierno y bondadoso, el vestir sencillísimo y casi desaliñado, sin ninguna cruz ni cintajo ni galón. Era D. Agustín Argüelles, elegido por las Cortes tutor de las hijitas de Fernando VII. ¡Y que no había visto poco mundo aquel buen señor! Condenado a muerte por el padre, al cabo de los años mil las Cortes le nombraban padre legal de las huérfanas. ¡Qué vueltas daba el mundo! En pocos años celebró cuartas nupcias el déspota; le nacían dos hijas; reñía con su hermano; reventaba después, aligerando de su opresor peso el territorio nacional; renacían las Cortes odiadas por el Rey; surgía una espantosa guerra por los derechos de las dos ramas; vencía el fuero de las hembras; muerto el oscurantismo, lucía el iris con los claros nombres de Libertad e Isabel, y el que mejor había personificado la resistencia del pueblo a las maldades y perfidias del monstruo, entraba en Palacio investido de la más alta autoridad sobre las criaturas que representaban el principio monárquico. Sorprendió a éstas la extremada sencillez de su tutor, que más que personaje de campanillas parecía un maestro de escuela; pero éste no tardó en cautivarlas con su habla persuasiva, dulce, algo parecida al sonsonete de los buenos predicadores. Decía cosas muy bonitas, enalteciendo la virtud, el respeto a la ley, el amor de la patria y la unión feliz del Trono y la Libertad. Su palabra, educada en la tribuna y más diestra en la argumentación de sentimiento que en la dialéctica, iba tomando, con el decaer de los años, un tonillo plañidero; su voz temblaba, y a poquito que extremase la intención oratoria se le humedecían los ojos. Naturalmente, las Reales criaturas, cuya sensibilidad se excitaba grandemente con el ejemplo de aquel santo varón, concluían por echarse a llorar siempre que Don Agustín a la virtud las exhortaba con su tono patético y la bien medida cadencia de su fraseo parlamentario, hábilmente construido para producir la emoción. Y no podían dudar que le querían: él se hacía querer por su bondad simplísima y por el aire un tanto sacerdotal que le daban sus años, sus austeras costumbres, su dulzura y modestia, signos evidentes de su falta de ambición. Caracteres hay refractarios al disimulo, y que en sus fisonomías llevan el verídico retrato del alma; a esta clase de personas pertenecía D. Agustín Argüelles, del cual sus enemigos pudieron decir cuanto se les antojó, pero a una le señalaron todos como ejemplo de un desinterés ascético, que ni antes ni después tuvo imitadores, y que fue su culminante virtud en la época de la tutoría y en el breve tiempo transcurrido entre ésta y su muerte. Baste decir, para pintarle de un rasgo solo, que habiéndole señalado las Cortes sueldo decoroso para el cargo de tutor de la Reina y princesa de Asturias, él lo redujo a la cantidad precisa para vivir como había vivido siempre, con limitadas necesidades y ausencia de todo lujo. Se asustó cuando le dijeron que el estipendio anual que disfrutaría no podía ser inferior al del intendente de Palacio, y todo turbado se señaló la mitad, y aún le parecía mucho. Cobraría, pues, la babilónica cifra de noventa mil reales.

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