jueves, 21 de febrero de 2013

EPISODIOS NACIONALES, Serie cuarta: 1. Las tormentas del 48, de Benito Pérez Galdós

Edición: Libro electrónico
Páginas: 232

El gran friso narrativo de los Episodios Nacionales sirvió de vehículo a Benito Pérez Galdós (1843-1920) para recrear en él, novelescamente engarzada, la totalidad de la compleja vida de los españoles –guerras, política, vida cotidiana, reacciones populares– a lo largo del agitado siglo XIX.

Primer episodio de la Cuarta serie, LAS TORMENTAS DEL 48 hace alusión a los numerosos acontecimientos que recorrieron Europa en 1848 sacudiendo tronos y estados. Las secuelas que de tal borrasca llegaron a España se entreveran en él con el comienzo de las peripecias vitales y sentimentales de José García Fajardo en un Madrid donde una vez más el pueblo llano es el principal protagonista.

Esta novela, con la que se inicia la cuarta serie de los Episodios Nacionales: El reinado de Isabel II El reinado de Isabel II,  la publicó Benito Pérez Galdós en 1902.

La tienes en:

Comienza así:


Vive Dios, que no dejo pasar este día sin poner la primera piedra del grande edificio de mis Memorias… Españoles nacidos y por nacer: sabed que de algún tiempo acá me acosa la idea de conservar empapelados, con los fáciles ingredientes de tinta y pluma, los públicos acaecimientos y los privados casos que me interesen, toda impresión de lo que veo y oigo, y hasta las propias melancolías o las fugaces dulzuras que en la soledad balancean mi alma; sabed asimismo que, a la hora presente, idea tan saludable pasa del pensar al hacer. Antes que mi voluntad desmaye, que harto sé cuán fácilmente baja de la clara firmeza a la vaguedad perezosa, agarro el primer pedazo de papel que a mano encuentro, tiro de pluma y escribo: «Hoy 13 de Octubre de 1847, tomo tierra en esta playa de Vinaroz, orilla del Mediterráneo, después de una angustiosa y larga travesía en la urca Pepeta, ¡mala peste para Neptuno y Eolo!, desde el puerto de Ostia, en los Estados del Papa…».

En esta novela, narrada como si un diario dirigido al “ignoto público de la Posteridad”, nos encontramos a viejos conocidos de la anterior serie e incluso de anteriores y conocemos, como tenía se ser, al protagonista de esta serie, y que presentándose a si mismo, resulta bastante distinto a los anteriores:
  • ¿Qué cualidad preferís en el historiador de sí mismo: la melindrosa reserva o la honrada indiscreción?
  • No había fuerza humana que me hiciera mirar con interés el estudio de la Escolástica y de la Teología, y aunque a veces, cediendo a la obligación, intentaba encasillar estos conocimientos en mi magín, salían ellos bufando, aterrados de lo que encontraban allí
  • Mi turbada naturaleza no supo separar el noble sentimiento del brutal instinto, y llorando me abalancé a la comida que me ofrecieron.
  • Yo, señorito holgazán inútil para todo; yo que no sé trabajar ni aporto la menor cantidad de bienes a la familia humana
  • pobre, de muy dudosa moralidad, paseante en corte, sin carrera ni oficio ni más patrimonio que mi figura, mis modales finos, mi labia, mi saber ameno, hoy más social que científico
  • me había dispensado de ir a la oficina, con excepción de los días de la sacra nómina
  • hallándome, diré que por casualidad, en mi oficina (a la cual yo no voy más que a fumar cigarrillos y a escribir mi correspondencia)
  • Mis conocimientos de las teorías o utopías socialistas reviven en mí, y reconozco y declaro la usurpación que efectúo casándome con Mariquita Ignacia”, de la que dice: “no veo yo que sea la risa el mejor adorno del rostro humano, y antes bien entiendo que la mujer casada no tiene por qué enseñar los dientes
Los nombres de mujeres no tienen desperdicio y dicen mucho de la imaginación, retorcida en este caso, de Galdós: Eufrasia, sor Catalina de los Desposorios, Librada

 
No podíamos pasar sin algunas de las descripciones de Galdós:
  • Por las mañanas, a la hora en que se halla en todo el furor de su loco entretenimiento, las greñas se le salen por debajo de la cofia, las uñas guardan todavía luto y las manos le huelen a tinta de periódico; su gordura fofa se escapa por uno y otro lado, evadiéndose del presidio de un destartalado corsé, cuyas ballenas no son más que un andamiaje en ruinas.
  • el talle reducido al mínimo volumen, el seno al máximo, todo ello sin menoscabo de la buena armonía
Ponciano Ponzano Friso del Congreso de los Diputados (1848)

Como ya hemos apuntado en otros episodios, leyendo esta serie uno pierde, afortunadamente solo a veces, el sentido del tiempo y se piensa que nos relata casos de nuestro tiempo:
Desde la sala próxima, volviéndome para mirarla, vi que en mí clavaba sus negros ojos, y en ellos se me reveló su soberano talento, su apasionado corazón… y su profunda inmoralidad…Eran sus ojos el signo de los tiempos.
«En la política de tu país puedes abrirte camino ancho, que allá tienes dos especies de hombres afortunados: los tontos y los que se pasan de listos. Procura tú ser de los últimos».
«Me parece muy bien —dijo Segismunda—: fomentemos también la religión, de la que nace la conformidad del pobre con la pobreza. ¿Para qué pagamos tanto clérigo, y tanto obispo y tanto capellán, si no es para que enseñen a los míseros la resignación, y les hagan ver que mientras más sufran aquí, más fácilmente ganarán el Cielo?
    —Justo; y entre tanto ganemos nosotros la tierra…
    —Que es lo más próximo… y lo más seguro».
¡Diecisiete casas en Madrid! De éstas, cuatro son de corredor, para gente pobre, y como toda industria que explota la indigencia, producen renta lucida.
¿Qué organismo social es éste, fundado en la desigualdad y en la injusticia, que ciegamente reparte de tan absurdo modo los bienes de la tierra?

El pueblo de Madrid es el protagonista histórico casi exclusivo en esta novela.
Mapa de Madrid (1848)

Algunas palabras o expresiones que me han gustado, han sido:
plumeando (escribiendo)
amoscarse
sacarle dinero es más difícil que extraer aceite de un ladrillo
Olor de chamusquina
Dar el quién vive
Como un pavo cuando endereza el moco y se hincha rastreando las alas

Palabras recuperadas o, más bien, anticipadas:
Gaznápiro
maritornes
mozalbete
ponerse hecho un basilisco
volverse tarumba
aflojar la mosca
brillar por su ausencia
despotricar
A posta
Importar un bledo

Mi cachico:


Impaciente Doña Visita por lo mucho que su niña se entretenía en los musicales ejercicios, fue en su busca, y a poco la trajo de la mano, diciéndome al presentarla: «Dispénsela usted. Quería mudarse de vestido; pero como usted es de confianza, puede verla en el trajecito de casa». Hago acopio de toda mi sinceridad y rectitud para declarar que la primera impresión que en mí produjo la niña de Emparán fue atrozmente desagradable. ¡Válgame Dios qué niña! Y aunque en el breve espacio de una visita sólo podía yo juzgar el ser físico, éste y el espiritual, representados en un solo ser, pareciéronme de lo más desgraciado que Dios ha puesto en el mundo. Es Mariquita Ignacia lo más contrario al tipo de muchachas que comúnmente vemos en todas las clases sociales, pues no hay ninguna que en la florida sazón de los dieciocho no tenga en su persona, siquier sea la misma fealdad, algún rasgo de gracia y donaire, algún tono de frescura y de seductora juventud. El cuerpo es un mentís de su edad, que en ella parece un fraude. Rara vez se revisten los verdes años de aquella gordura desatentada, contraria a todo sentimiento de proporción, pelmazos de carne distribuidos sin ninguna lógica en las partes de un defectuoso esqueleto. Abulta el seno enormemente, saliéndose del círculo natural de la doncellez, y para acabar de arreglarlo, la cintura y vientre con aquella otra zona quieren confundirse, rompiendo la esclavitud del corsé y arrollando las filas de ballenas que martirizan el pobre cuerpo. Son los brazos chicos, el cuello corto, gordezuelas y bonitas las manos, única nota bella en que puede recrearse la vista. Ella lo sabe y habla más con las manos que con la boca.

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