miércoles, 20 de marzo de 2013

EPISODIOS NACIONALES, Serie cuarta: 4. La Revolución de Julio , de Benito Pérez Galdós

Edición: Libro electrónico
Páginas:  241

El gran friso narrativo de los Episodios Nacionales sirvió de vehículo a Benito Pérez Galdós (1843-1920) para recrear en él, novelescamente engarzada, la totalidad de la compleja vida de los españoles –guerras, política, vida cotidiana, reacciones populares– a lo largo del agitado siglo XIX.

LA REVOLUCIÓN DE JULIO de 1854 fue el estallido de una situación política insostenible, fruto de un tiempo en que la conspiración, como sugiere Galdós, era prácticamente la ocupación nacional favorita. Interrumpido en el episodio anterior –«Los duendes de la camarilla»– el diario de Pepe Fajardo, proveniente de «Narváez», da ameno conocimiento de los hechos históricos, con los que se entrevera una romántica historia de amor.

Esta novela, la cuarta de la cuarta serie de los Episodios Nacionales: El reinado de Isabel II,  la publicó Benito Pérez Galdós en 1903

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Comienza así:

Madrid, 3 de Febrero de 1852.— En el momento de acometer Merino a nuestra querida Reina, cuchillo en mano, hallábame yo en la galería del Norte, entre la capilla y la escalera de Damas, hablando con doña Victorina Sarmiento de un asunto que no es ni será nunca histórico… La vibración de la multitud cortesana, un bramido que vino corriendo de la galería del costado Sur, y que al pronto nos pareció racha de impetuoso viento que agitaba los velos y mantos de las señoras, y precipitaba a los caballeros a una carrera loca tropezando en sus propios espadines, nos hizo comprender que algo grave ocurría por aquella parte… «Ha sido un clérigo», oí que decían; y en efecto, recordé yo haber visto entre el gentío, poco antes, a un sacerdote anciano, cuyas facciones reconocí sin poder traer su nombre a mi memoria… 


Una vez más lo importante es la visión del pueblo, la España de siempre:
  • "Ni entiendo este remoquete de polacos y polaquería con que se designa toda corruptela, los verdaderos o imaginarios chanchullos de que nos habla la vocinglera opinión. "
  • "Mala es, según ella, la polaquería; pero los conjurados no traen otro fin que quitar de las manos polacas el ronzal con que sujetan a esta pobre bestia de la Nación… El ronzal cambiará de mano; pero en éstas o las otras manos, continuarán las mismas mataduras en el pescuezo nacional."
  • "Vosotros sois personas influyentes, y en este país las personas de influjo lo pueden todo. Por amistad y recomendaciones, en España se hace picadillo de las leyes."el sufrido pueblo español, mal gobernado siempre."
  • "¡Desgraciado pueblo, que no esperando nada de la paz, porque en este escepticismo lo mantienen sus gobernantes, lo espera todo de la guerra civil.!"
aderezado con su humor:
  • de un cornudo dice: "Parece que tiene obra en la casa. Quiere aumentar la altura de todas las puertas y entradas del edificio, ja, ja… Y del gavilán que se ha llevado a la paloma, nada sé…"
  • "entre salivas, me roció estas palabras"
  • "Al gordo don José Mora, memorias también, y que deseo que alguien le dé una patada y que vaya rodando, para que reviente y podamos ver lo que lleva dentro de aquel barrigón…"
  • "escriben muy mal, con una ortografía que parece el carnaval del Alfabeto"
  •  "están rabiando por cambiar de estado, ansiosas de pasar de señoritas a señoras, con casa propia, libertad, y hombre a quien poner las enaguas para hacer de él un monigote"

y sus descripciones: "Sotero me presentó a su cara mitad, que es fea, gorda, tuerta; no tiene pescuezo, el seno casi se toca con la barbilla, y los hombros se dejan acariciar por los pendientes de filigrana que cuelgan de sus orejas."
Algunas palabras o expresiones que me han gustado, han sido:
Ya echan también su cuarto a espadas los poetas
como el estallido de una bomba de poesía que se deshace en cascos de prosa.

Palabras recuperadas o, más bien, anticipadas:

marimorena

Mi cachico:
"Entré con mi protegido Risueño, y vi a Merino a punto que montaba en el burro. La hopa amarilla le daba un aspecto aterrador. Cuando le ataban los pies por debajo de la cincha, dijo en tono agresivo: «¡Eh, brutos, que me lastimáis! ¿Creéis que me voy a caer? Traedme un caballo y veréis si soy buen jinete». Cuando el asno daba los primeros pasos, miró don Martín al verdugo y al pregonero que iban a su lado, y con flemático gracejo les dijo: «Buen par de acólitos me he echado»; y volviendo el rostro, se despidió con este familiar laconismo: «Abur, señores, abur».

Vi la oscilación del pueblo, y oí su inmenso clamor de curiosidad satisfecha, el goce del horror gustado en visión teatral y objetiva. No advertí nada que indicase movimiento sedicioso para arrebatar a la Justicia su presa. Más que pueblo, me pareció público aquel mar ondulante de cabezas espantadas, de ojos ávidos del menor detalle, de alientos contenidos, de bocas abiertas sin ninguna sonrisa. En miles y miles de pensamientos humanos brotaba en tal instante la idea de que el pescuezo de aquel hombre vivo, amortajado de amarillo, iba a ser muy pronto triturado dentro de un cepo de hierro, y esta idea ponía en todos los rostros una gravedad y palidez de rostros enfermizos. Decidido a no seguir la pavorosa procesión, me escabullí por la Ronda con ánimo de tomarle las vueltas al gentío, para observar su actitud. De lejos vi que el paso del reo iba levantando la exclamación trágica, y que ésta le seguía por una y otra banda, como siguen las nubes de polvo al torbellino de viento que las eleva.

No vi más al condenado: de lejos distinguí un punto amarillo que se perdía entre bayonetas y sobre la movible crestería de las muchedumbres. "

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